Cuando hace unos años aparecieron sitios como Airbnb que daban la oportunidad de conseguir un alojamiento en casi cualquier lugar con la independencia de un espacio propio y a precio mucho más económico que un hotel, parecía un win-win de manual.
Los usuarios gastaban mucho menos en alojarse y los propietarios obtenían un rendimiento económico de sus inmuebles superior al que le proporcionaba un alquiler a largo plazo. Por entonces a nadie se le ocurrió que el éxito de este modelo terminaría teniendo consecuencias para otros colectivos, hasta el punto de que hoy en día hay toda una campaña en contra de los alquileres turísticos en las principales ciudades de España.
Pero ¿Qué ha ocurrido para que la llamada “economía colaborativa” haya cambiado tanto en la percepción de la gente?
Principalmente que muchos de esto pisos han terminado siendo tan rentables que el uso turístico -con o sin licencia- ha copado el mercado del alquiler.
En vista de la gran demanda de estos alojamientos y los suculentos beneficios que proporcionan cada vez más viviendas se dedican a este público, haciendo que la oferta de alquiler residencial se haya visto muy disminuida.
Una menor oferta implica por definición un aumento de los precios, por lo que la subida de los alquileres ha cerrado el acceso a la vivienda en determinadas zonas a aquellos grupos con un menor poder adquisitivo.
Hoy en día es prácticamente imposible para una familia de clase media hacer frente a un alquiler en el centro de Madrid o Barcelona, áreas absolutamente copadas por pisos turísticos.
¿Y qué decir de los universitarios? Tradicionalmente acostumbrados a compartir piso para reducir sus gastos, éstos resultan tan desproporcionados con los actuales alquileres que muchos encuentran más conveniente alojarse en residencias para estudiantes, dado que, aunque en éstas se pagan precios similares, se disfruta de servicios adicionales.
La realidad es que el turismo de masas se ha convertido en un problema que nadie sabe muy bien cómo abordar.
Limitarlo supone matar a la gallina de los huevos de oro, y permitirlo es permitir la expulsión de los ciudadanos de los centros urbanos, y convertir las grandes urbes en poco menos que en parques temáticos que reciben un constante flujo de visitantes de ida y vuelta.
Imagen: Pixabay |